lunes, 21 de abril de 2008

Familias





Hace un par de fines de semana debatíamos en un curso sobre las familias. La familia se convierte en nuestra sociedad en algo cada vez más relativo. Nos esforzábamos en identificar aquellas cosas que hacen de una familia tal cosa (por aquello de poner un límite al relativismo)… y resulta que no es ni tan fácil ni tan evidente. ¿Afecto? ¿Amor? ¿Convivencia? ¿Subsistencia?¿Descendencia? Son quizá algunos de los conceptos que nos vendrían a la cabeza, pero sabemos que muchas familias no comparten ni un mínimo de tales cosas. Por otro lado, ese modelo único de familia que much@s siguen empeñados en defender como el único posible: papá y mamá (casados), hijos (biológicos, claro está) y perro o gato (opcional) es, según el último censo, cada vez menos significativo estadísticamente. Desechado el argumento de lo que es “natural”, también podemos desechar el de lo que es “mayoritario”. En su lugar, crecen las familias monoparentales, homoparentales, reconstituidas, parejas de hecho…

Y otros tipos de familia igualmente dignas; como mi familia de convivencia: Claudia, Liu y yo. Compartimos techo, compartimos cuidados, afecto y amor, proveo para su alimentación y su bienestar, nos educamos mutuamente, compartimos ocio… No compartimos sangre (aunque tampoco la comparten las familias con hijos en adopción), ni siquiera compartimos especie (aunque a veces pareciera que en otras familias del modelo clásico-único tampoco la compartieran).

Llego a casa cada día y puedo sentirme sólo, o puedo sentir que tengo una familia que me espera. Y eso es lo que ocurre.

jueves, 10 de abril de 2008

Yoko-San












La (honorable) señorita Yoko es una de las gatas que he conocido. Yoko vive en Hiroshima y comparte casa y nombre con su mascota humana. En 2003 viajé a Japón. Recorrí el país durante dos semanas y fue agradable compartir unos días en su casa para disfrutar el amanecer desde su balcón, recortado sobre el mar, hacia la isla de Miyajima. El amanecer que más me ha estremecido. Supongo que poder tener esa vista cada mañana te otorga creatividad. Lamento no haber tomado fotos de la escultura que, pacientemente, Yoko iba esculpiendo sobre un brazo del banco de madera en la terraza. Una joya del Arte Felino. Nada que ver con los destrozos de papel producidos por mis ataques de ansiedad. No había ni rastro de ansiedad en la forma de esculpir de Yoko.

Recuerdo a Yoko caminando con una serenidad casi insolente por la casa. La envidio mucho. Por las vistas, claro está. También por la serenidad. Supongo que lo da Japón. Y lo dará ese sol naciente, cada día sobre tu propio balcón.