Cuando Paco me mandó las fotos de Rufo y Rita se me vino una línea de Tosca a la cabeza... “recondita armonia di bellezze diverse…”. Rufo y Rita representan la armonía que (no siempre) ofrecen los contrastes. Sus colores están cargados de simbolismos y matices culturales. Más allá de eso, me asalta la idea de que la superposición en su fotografía muestra como los opuestos pueden no sólo convivir, sino materializar la belleza. De verdad me han impresionado estos gatos en estas fotos.
También pienso que observarlos, como siempre que observo a un gato con la mirada que hay más allá de los ojos, es una lección: en este caso, la de que los días negros, de los que Paco me ha hablado, se funden con los blancos, conviven, y se alimentan mutuamente. Los días negros pueden tener una cierta belleza melancólica. Los días blancos a veces ciegan. Qué privilegio tener en casa dos pequeños recordatorios (uno blanco y uno negro) de que no hay uno sin otro, de que son extremos de una escala que pueden verse, tenerse en perspectiva.
Paco cuenta que Rita y Rufo son tímidos, al principio. ¿Quién no? Una de las cosas que más me enternecen de los gatos es esa cierta precaución inicial que yo mismo ensayo y practico. Y ese “estar en guardia” es porque no olvidan, aunque Paco crea que sí, y que lo hacen con rapidez. No olvidan y precisamente por eso tienen fama de ariscos. Yo creo que quizá no reelaboren las experiencias, porque son más afortunados que nosotros y saben mantenerlas en “bruto”. No creo que olviden. Con el tiempo, el dolor duele menos. Con el tiempo, el éxtasis se vuelve placidez. Así es, para gatos y humanos. Sólo que nosotros tenemos en nuestra mano acelerarlo, retrasarlo o sencillamente dejar que la vida siga su curso.
Tu recuerdo queda impreso en la mente de un gato, igual que queda en la mente de aquellos con quien compartes fragmentos de vida. Más o menos intenso. Pero ahí está. Y todos, gatos y humanos, vivimos con ello.
También pienso que observarlos, como siempre que observo a un gato con la mirada que hay más allá de los ojos, es una lección: en este caso, la de que los días negros, de los que Paco me ha hablado, se funden con los blancos, conviven, y se alimentan mutuamente. Los días negros pueden tener una cierta belleza melancólica. Los días blancos a veces ciegan. Qué privilegio tener en casa dos pequeños recordatorios (uno blanco y uno negro) de que no hay uno sin otro, de que son extremos de una escala que pueden verse, tenerse en perspectiva.
Paco cuenta que Rita y Rufo son tímidos, al principio. ¿Quién no? Una de las cosas que más me enternecen de los gatos es esa cierta precaución inicial que yo mismo ensayo y practico. Y ese “estar en guardia” es porque no olvidan, aunque Paco crea que sí, y que lo hacen con rapidez. No olvidan y precisamente por eso tienen fama de ariscos. Yo creo que quizá no reelaboren las experiencias, porque son más afortunados que nosotros y saben mantenerlas en “bruto”. No creo que olviden. Con el tiempo, el dolor duele menos. Con el tiempo, el éxtasis se vuelve placidez. Así es, para gatos y humanos. Sólo que nosotros tenemos en nuestra mano acelerarlo, retrasarlo o sencillamente dejar que la vida siga su curso.
Tu recuerdo queda impreso en la mente de un gato, igual que queda en la mente de aquellos con quien compartes fragmentos de vida. Más o menos intenso. Pero ahí está. Y todos, gatos y humanos, vivimos con ello.