viernes, 16 de mayo de 2008

Un mes de mayo para olvidar



Indiferencia (Del lat. indifferentĭa). 1. f. Estado de ánimo en que no se siente inclinación ni repugnancia hacia una persona, objeto o negocio determinado.

Objeto de la misma desde el lunes, al despertar de lo que ha sido un sueño (otro más). El lunes se abre a la realidad de lo que es mi vida. De lo que siempre ha sido. De lo que posiblemente, será siempre. Hace que me falte el aire. Me falta cuando camino, sin tregua, por la ciudad. Cuando duermo. Cuando despierto. No es una sensación nueva. Pero no por conocida es menos dolorosa.


congoja. (Del cat. congoixa). 1. f. Desmayo, fatiga, angustia y aflicción del ánimo.

De mejor humor, haría un comentario irónico sobre el origen “cat.” (supongo que catalán) del término. Pero esa aflicción del ánimo es también la de los pulmones mismos. Del corazón. De la garganta. No estoy de humor.

compulsión. (Del lat. compulsĭo, -ōnis). 1. f. Inclinación, pasión vehemente y contumaz por algo o alguien.

Y así pasa mi vida, marcada por la compulsion. En plural. Por las compulsiones. Compulsión generalizada. Compulsión indiferenciada. A todo. Got to move on sometime/ and it’s about time by putting one foot in front of another/ and repeating the process cross over the street/ You’re free to change your mind, / strength to diversity. /Couldn’t have put it more plainly.

Pero ¿como olvidar este mediado de mayo? ¿Merece la pena? ¿No me va a pasar otra vez, como ya me pasó en julio del pasado año?

Los gatos de Lugo






















Desde arriba de las murallas de Lugo se puede observar una curiosa comunidad felina viviendo a sus pies. Uno se da cuenta enseguida de que estos gatos no viven, diríamos, mal. No se puede saber si viven con gente. Pero desde arriba se les ve lustrosos y tranquilos. Ajenos a la cámara. Ajenos a lo que ocurre arriba.
No obstante, algo me inquieta.
Las murallas de Lugo son demasiado altas y un gato no puede trepar por ellas. De alguna manera, en su libertad, estos gatos, intramuros, están expuestos. No son conscientes de nosotros allá arriba. De nosotros, que vivimos expuestos también en una fantasía de libertad entre murallas. Piedras sin nombre, inmateriales pero igualmente limitantes. También nos fotografían desde arriba. Y raramente, como ellos, somos conscientes

jueves, 1 de mayo de 2008

Los gatos de Japón







Generalizar es útil para ordenar y entender la realidad, aunque al hacerlo dejamos con frecuencia fragmentos más o menos importantes de esa misma realidad que queremos entender. Así es que tenemos un dilema ¿renunciamos a comprender el mundo de una forma simple o nos abrimos a entenderlo en toda su complejidad con el riesgo que eso conlleva de, en el fondo, no entender nada?

Me hago esta pregunta con mucha frecuencia. Mi trabajo me obliga a ello, a cuestionar a cada momento todo lo que sé del mundo y de las personas. Y creo que eso es positivo aunque se traduzca en un relativismo que no siempre es del todo sano.

Todo esto viene a cuento de un post que tengo pendiente desde hace mucho tiempo; sobre Japón y sus gatos. Estereotipo sobre Japón y sus habitantes: fría educación y civilizada distancia. Me niego a repetir estereotipos sobre los gatos, ya se han escrito demasiado. Ya había echado por tierra todo eso que se dice de los gatos, y que no siempre es cierto. Pero me quedaba pasar por Japón para comprobar lo falso de algunas afirmaciones sobre Japón. Japón no es un país caro (al menos no es más caro que vivr en Madrid) Las japonesas (en femenino, porque es lo que más conocí) me resultaron cercanas, amigables y valientes (mucho sexismo sutil en Japón).

Japón nos ha dado algunos grandes gatos de ficción. Entre ellos a la Kitty, Doraimon y Milo, de la película Milo y Otis, que todo amante de los gatos no debería sólo ver, sino saberse de memoria. Y están también los gatos de verdad. En el Parque Ueno, en Tokio, conocí al que es quizá el ser callejero más amigable con quien me he topado. Y eso que es japonés. Y gato, para más señas. Y encima, negro. Le bastó que me pusiera de rodillas para llegar corriendo a subirse encima y restregarse por todas partes, maullando y ronroneando sin parar. Claro que otro, por más monerías que le hacías, no se dignó a salir de su siesta ni a abrir el ojo para mirar quién demonios la interrumpía. Y es que el relativismo, bien pudiera aplicarse también a los gatos.