viernes, 25 de julio de 2008

Los gatos de mis amigas VI (Paco). Rufo y Rita.



Cuando Paco me mandó las fotos de Rufo y Rita se me vino una línea de Tosca a la cabeza... “recondita armonia di bellezze diverse…”. Rufo y Rita representan la armonía que (no siempre) ofrecen los contrastes. Sus colores están cargados de simbolismos y matices culturales. Más allá de eso, me asalta la idea de que la superposición en su fotografía muestra como los opuestos pueden no sólo convivir, sino materializar la belleza. De verdad me han impresionado estos gatos en estas fotos.

También pienso que observarlos, como siempre que observo a un gato con la mirada que hay más allá de los ojos, es una lección: en este caso, la de que los días negros, de los que Paco me ha hablado, se funden con los blancos, conviven, y se alimentan mutuamente. Los días negros pueden tener una cierta belleza melancólica. Los días blancos a veces ciegan. Qué privilegio tener en casa dos pequeños recordatorios (uno blanco y uno negro) de que no hay uno sin otro, de que son extremos de una escala que pueden verse, tenerse en perspectiva.

Paco cuenta que Rita y Rufo son tímidos, al principio. ¿Quién no? Una de las cosas que más me enternecen de los gatos es esa cierta precaución inicial que yo mismo ensayo y practico. Y ese “estar en guardia” es porque no olvidan, aunque Paco crea que sí, y que lo hacen con rapidez. No olvidan y precisamente por eso tienen fama de ariscos. Yo creo que quizá no reelaboren las experiencias, porque son más afortunados que nosotros y saben mantenerlas en “bruto”. No creo que olviden. Con el tiempo, el dolor duele menos. Con el tiempo, el éxtasis se vuelve placidez. Así es, para gatos y humanos. Sólo que nosotros tenemos en nuestra mano acelerarlo, retrasarlo o sencillamente dejar que la vida siga su curso.

Tu recuerdo queda impreso en la mente de un gato, igual que queda en la mente de aquellos con quien compartes fragmentos de vida. Más o menos intenso. Pero ahí está. Y todos, gatos y humanos, vivimos con ello.


Por la serenidad en la mirada de Rita a la cámara, por la insolencia en la de Rufo, ambos confiados de su belleza, su simbolismo y su lugar en casa, estos gatos me han conquistado.

sábado, 21 de junio de 2008

we are the cats inside



He vivido días negros en las últimas semanas. Días sin sentido. Horas absurdas pensando en lo absurdo de mi vida. No parecía que nada pudiera volver a interesarme. Todo lo que hacia, oía, leía escuchaba, me lo recordaba. Incluso hoy mismo, lo he oído como un mazazo en mis tímpanos de la boca de Elina Makropulos, (o Emilia Marty, o Ellian McGregor o Eugenia Móntez), un personaje tan poliédrico como quizá sea yo mismo;

- “¡Calla, boba, lo que no ha pasado bien puede pasar. Y no es que valga mucho la pena, ¿sabes?”
- “¿Y entonces qué vale la pena?”
- “Nada… absolutamente nada”.

Salí del metro enfilando el bulevar hacia mi casa. La noche ha llenado las terrazas de gente, huyendo del calor de sus casas. Identifico algunas de las personas que hicieron un pequeño infierno de mi paso por el Instituto hace ya tantos años. Justo en ese momento en mi iPod suena True Faith de New Order. La letra de la canción, la gente, esa gente… el bulevar. Siento que estoy aprendiendo una lección. Arqueo mi espalda y siento alinearse mis vértebras. Estiro mis dedos, aguzo la vista y comienzo a caminar felinamente hacia casa, como lo haría un gato. Me siento armonioso, poderoso y un poco terrible. Y es que somos nuestro gato interior, somos los gatos que no pueden andar solos y para nosotros sólo hay un lugar.

viernes, 16 de mayo de 2008

Un mes de mayo para olvidar



Indiferencia (Del lat. indifferentĭa). 1. f. Estado de ánimo en que no se siente inclinación ni repugnancia hacia una persona, objeto o negocio determinado.

Objeto de la misma desde el lunes, al despertar de lo que ha sido un sueño (otro más). El lunes se abre a la realidad de lo que es mi vida. De lo que siempre ha sido. De lo que posiblemente, será siempre. Hace que me falte el aire. Me falta cuando camino, sin tregua, por la ciudad. Cuando duermo. Cuando despierto. No es una sensación nueva. Pero no por conocida es menos dolorosa.


congoja. (Del cat. congoixa). 1. f. Desmayo, fatiga, angustia y aflicción del ánimo.

De mejor humor, haría un comentario irónico sobre el origen “cat.” (supongo que catalán) del término. Pero esa aflicción del ánimo es también la de los pulmones mismos. Del corazón. De la garganta. No estoy de humor.

compulsión. (Del lat. compulsĭo, -ōnis). 1. f. Inclinación, pasión vehemente y contumaz por algo o alguien.

Y así pasa mi vida, marcada por la compulsion. En plural. Por las compulsiones. Compulsión generalizada. Compulsión indiferenciada. A todo. Got to move on sometime/ and it’s about time by putting one foot in front of another/ and repeating the process cross over the street/ You’re free to change your mind, / strength to diversity. /Couldn’t have put it more plainly.

Pero ¿como olvidar este mediado de mayo? ¿Merece la pena? ¿No me va a pasar otra vez, como ya me pasó en julio del pasado año?

Los gatos de Lugo






















Desde arriba de las murallas de Lugo se puede observar una curiosa comunidad felina viviendo a sus pies. Uno se da cuenta enseguida de que estos gatos no viven, diríamos, mal. No se puede saber si viven con gente. Pero desde arriba se les ve lustrosos y tranquilos. Ajenos a la cámara. Ajenos a lo que ocurre arriba.
No obstante, algo me inquieta.
Las murallas de Lugo son demasiado altas y un gato no puede trepar por ellas. De alguna manera, en su libertad, estos gatos, intramuros, están expuestos. No son conscientes de nosotros allá arriba. De nosotros, que vivimos expuestos también en una fantasía de libertad entre murallas. Piedras sin nombre, inmateriales pero igualmente limitantes. También nos fotografían desde arriba. Y raramente, como ellos, somos conscientes

jueves, 1 de mayo de 2008

Los gatos de Japón







Generalizar es útil para ordenar y entender la realidad, aunque al hacerlo dejamos con frecuencia fragmentos más o menos importantes de esa misma realidad que queremos entender. Así es que tenemos un dilema ¿renunciamos a comprender el mundo de una forma simple o nos abrimos a entenderlo en toda su complejidad con el riesgo que eso conlleva de, en el fondo, no entender nada?

Me hago esta pregunta con mucha frecuencia. Mi trabajo me obliga a ello, a cuestionar a cada momento todo lo que sé del mundo y de las personas. Y creo que eso es positivo aunque se traduzca en un relativismo que no siempre es del todo sano.

Todo esto viene a cuento de un post que tengo pendiente desde hace mucho tiempo; sobre Japón y sus gatos. Estereotipo sobre Japón y sus habitantes: fría educación y civilizada distancia. Me niego a repetir estereotipos sobre los gatos, ya se han escrito demasiado. Ya había echado por tierra todo eso que se dice de los gatos, y que no siempre es cierto. Pero me quedaba pasar por Japón para comprobar lo falso de algunas afirmaciones sobre Japón. Japón no es un país caro (al menos no es más caro que vivr en Madrid) Las japonesas (en femenino, porque es lo que más conocí) me resultaron cercanas, amigables y valientes (mucho sexismo sutil en Japón).

Japón nos ha dado algunos grandes gatos de ficción. Entre ellos a la Kitty, Doraimon y Milo, de la película Milo y Otis, que todo amante de los gatos no debería sólo ver, sino saberse de memoria. Y están también los gatos de verdad. En el Parque Ueno, en Tokio, conocí al que es quizá el ser callejero más amigable con quien me he topado. Y eso que es japonés. Y gato, para más señas. Y encima, negro. Le bastó que me pusiera de rodillas para llegar corriendo a subirse encima y restregarse por todas partes, maullando y ronroneando sin parar. Claro que otro, por más monerías que le hacías, no se dignó a salir de su siesta ni a abrir el ojo para mirar quién demonios la interrumpía. Y es que el relativismo, bien pudiera aplicarse también a los gatos.

lunes, 21 de abril de 2008

Familias





Hace un par de fines de semana debatíamos en un curso sobre las familias. La familia se convierte en nuestra sociedad en algo cada vez más relativo. Nos esforzábamos en identificar aquellas cosas que hacen de una familia tal cosa (por aquello de poner un límite al relativismo)… y resulta que no es ni tan fácil ni tan evidente. ¿Afecto? ¿Amor? ¿Convivencia? ¿Subsistencia?¿Descendencia? Son quizá algunos de los conceptos que nos vendrían a la cabeza, pero sabemos que muchas familias no comparten ni un mínimo de tales cosas. Por otro lado, ese modelo único de familia que much@s siguen empeñados en defender como el único posible: papá y mamá (casados), hijos (biológicos, claro está) y perro o gato (opcional) es, según el último censo, cada vez menos significativo estadísticamente. Desechado el argumento de lo que es “natural”, también podemos desechar el de lo que es “mayoritario”. En su lugar, crecen las familias monoparentales, homoparentales, reconstituidas, parejas de hecho…

Y otros tipos de familia igualmente dignas; como mi familia de convivencia: Claudia, Liu y yo. Compartimos techo, compartimos cuidados, afecto y amor, proveo para su alimentación y su bienestar, nos educamos mutuamente, compartimos ocio… No compartimos sangre (aunque tampoco la comparten las familias con hijos en adopción), ni siquiera compartimos especie (aunque a veces pareciera que en otras familias del modelo clásico-único tampoco la compartieran).

Llego a casa cada día y puedo sentirme sólo, o puedo sentir que tengo una familia que me espera. Y eso es lo que ocurre.

jueves, 10 de abril de 2008

Yoko-San












La (honorable) señorita Yoko es una de las gatas que he conocido. Yoko vive en Hiroshima y comparte casa y nombre con su mascota humana. En 2003 viajé a Japón. Recorrí el país durante dos semanas y fue agradable compartir unos días en su casa para disfrutar el amanecer desde su balcón, recortado sobre el mar, hacia la isla de Miyajima. El amanecer que más me ha estremecido. Supongo que poder tener esa vista cada mañana te otorga creatividad. Lamento no haber tomado fotos de la escultura que, pacientemente, Yoko iba esculpiendo sobre un brazo del banco de madera en la terraza. Una joya del Arte Felino. Nada que ver con los destrozos de papel producidos por mis ataques de ansiedad. No había ni rastro de ansiedad en la forma de esculpir de Yoko.

Recuerdo a Yoko caminando con una serenidad casi insolente por la casa. La envidio mucho. Por las vistas, claro está. También por la serenidad. Supongo que lo da Japón. Y lo dará ese sol naciente, cada día sobre tu propio balcón.