lunes, 21 de abril de 2008

Familias





Hace un par de fines de semana debatíamos en un curso sobre las familias. La familia se convierte en nuestra sociedad en algo cada vez más relativo. Nos esforzábamos en identificar aquellas cosas que hacen de una familia tal cosa (por aquello de poner un límite al relativismo)… y resulta que no es ni tan fácil ni tan evidente. ¿Afecto? ¿Amor? ¿Convivencia? ¿Subsistencia?¿Descendencia? Son quizá algunos de los conceptos que nos vendrían a la cabeza, pero sabemos que muchas familias no comparten ni un mínimo de tales cosas. Por otro lado, ese modelo único de familia que much@s siguen empeñados en defender como el único posible: papá y mamá (casados), hijos (biológicos, claro está) y perro o gato (opcional) es, según el último censo, cada vez menos significativo estadísticamente. Desechado el argumento de lo que es “natural”, también podemos desechar el de lo que es “mayoritario”. En su lugar, crecen las familias monoparentales, homoparentales, reconstituidas, parejas de hecho…

Y otros tipos de familia igualmente dignas; como mi familia de convivencia: Claudia, Liu y yo. Compartimos techo, compartimos cuidados, afecto y amor, proveo para su alimentación y su bienestar, nos educamos mutuamente, compartimos ocio… No compartimos sangre (aunque tampoco la comparten las familias con hijos en adopción), ni siquiera compartimos especie (aunque a veces pareciera que en otras familias del modelo clásico-único tampoco la compartieran).

Llego a casa cada día y puedo sentirme sólo, o puedo sentir que tengo una familia que me espera. Y eso es lo que ocurre.

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